Época: América borbónica
Inicio: Año 1700
Fin: Año 1810

Antecedente:
Desarrollo de las colonias



Comentario

La Capitanía General de Filipinas fue una de las más pobladas. A mediados del siglo XVIII contaba ya con medio millón de habitantes, que ascendieron a 1.391.523 en 1792. Esta población se dividía en los tres grandes grupos de españoles (y criollos), chinos e indios, pero integraba en realidad numerosas etnias, como ya anotamos. Los españoles (y criollos) eran apenas unos 3.500 y se concentraban en Manila. Se ocupaban de la administración, el comercio y la religión. Los chinos fueron muy activos desde el punto de vista comercial y plantearon infinidad de problemas. En 1754 se expulsó a 406 chinos infieles, que eran poco menos de la mitad de los existentes, pero siguieron aumentando en años posteriores, llegando a sobrepasar los seis mil en Manila. Los indios cargaban con la producción. Todavía existía la encomienda, aunque en plena decadencia.
Desde el punto de vista administrativo Filipinas tuvo pocas innovaciones. La Capitanía contaba con 17 alcaldías mayores y cuatro corregimientos. La Audiencia funcionaba en Manila y tenía jurisdicción sobre las islas Marianas. El reformismo borbónico no se hizo sentir hasta la época de Carlos III, cuando se realizó la organización fiscal (se introdujo la alcabala y se crearon las rentas del tabaco y de la pólvora) y se dividió el archipiélago en intendencias (1784). La administración religiosa se realizaba desde el Arzobispado de Manila, del que dependían los tres obispados sufragáneos en Cebú, Nueva Cáceres y Nueva Segovia.

El gobierno atendió los problemas seculares de conflictos con los malayo-mahometanos de Mindanao y Joló, contener a los holandeses (que intentaron nuevamente tomar Mindanao en 1747) y enfrentarse a los ingleses que conquistaron la capital en 1762, cerrando su puerto. Manila fue devuelta por la Paz de París de 1763, y la Corona empezó a preocuparse más por el archipiélago a partir de entonces, sobre todo en lo relativo a los aspectos económicos y comerciales.

La economía progresó lentamente por su dependencia comercial. Filipinas era un mercado de compraventa de productos asiáticos, americanos y europeos. Contaba con buenos suelos agrícolas y con abundante mano de obra, pero faltaba inversión de capital y técnica. Producía arroz y maíz para subsistencia de su población y algunos productos exportables entre los que sobresalía el azúcar. Durante la segunda mitad de la centuria empezó a cultivarse el tabaco, que llegó a ser su mejor renglón de exportación, y el algodón. Se hicieron, además, experimentos con toda clase de cultivos. Los únicos que cuajaron fueron la canela, de la que se hizo su primera exportación en 1792 (293 libras) y el añil (se produjo a partir de 1776 y se exportó desde 1792). La Compañía de Filipinas fomentó el cultivo de morera para el desarrollo de una industria sedera que no pudo competir con la china. Filipinas contaba también con una ganadería apreciable de vacuno en Luzón y Panay, de porcino en Mindanao y de ovino y caprino en diversas islas. La minería se quedó en proyectos y posibilidades. Había oro aluvial en Paracale y abundancia de hierro en Luzón (minas de Mambulao), además de algo de cobre. En el apartado industrial, contó con algunas fábricas de hilados de algodón que se crearon a fines de siglo y en las que se hacían manteles, toallas, ropa interior, colchas, etc.

El comercio fue su mejor sector económico. Empezó el siglo con buen pie pues la Corona autorizó, en 1702, que se aumentara el cupo establecido con Nueva España (250.000 pesos en mercancías en el viaje de ida y medio millón de pesos en plata en el retorno) a 300.000 pesos en mercancías y 600.000 de retorno. Se efectuaría, además, en dos barcos de 500 toneladas construidos en Filipinas. Aún así, era insuficiente y muchas veces las naves zarpaban con mucho más de los 600.000 pesos en géneros y volvían con más de dos millones en plata. Esto indujo a ampliar nuevamente el cupo en 1734: medio millón de pesos a la ida y un millón a la vuelta de México. Tras la Paz de París, empezaron las grandes mejoras comerciales: se abrió la ruta de comercio directo con Cádiz, vía Cabo de Hornos; se autorizó a la casa Uztáriz y a la Compañía de los Cinco Gremios Mayores de Madrid a comerciar con Filipinas; se creó el Consulado de Manila (1769); se fundó la Compañía de Filipinas (1785) y, finalmente, se autorizó a Manila a comerciar con las naciones asiáticas. El comercio exterior filipino decayó hasta 1785, se recuperó luego hasta 1789 y entró en una etapa de auge a partir de entonces.

Filipinas contó asimismo con una buena infraestructura educacional para lo exiguo de su población española. Tenía varios colegios, como el de Santa Potenciana, para hijas de soldados distinguidos, el de San Juan de Letrán, para huérfanos españoles, y las universidades jesuita y dominica (San José y Santo Tomás), a las que se añadió la universidad regia en 1717.